Efecto Pigmalión, profecía autocumplida o efecto Rosenthal.
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Origen del Efecto Pigmalión: dónde surge la Leyenda.
El efecto Pigmalión toma su nombre del antiguo mito griego escrito por Ovidio y popularizado por los experimentos del psicólogo Robert Rosenthal y Leonore Jacobson. Un escultor y rey griego de nombre Pigmalión, decide crear una hermosa escultura a la que bautizó con el nombre de Galatea, obra de gran belleza y perfección que provocaría que su autor quedara perdidamente enamorado de esta.
La historia continúa cuando Galatea cobra vida, resultado de los rezos de Pigmalión a la diosa Afrodita, quien decide dotar de vida a su amada escultura al ver el deseo y el amor que este siente por su inerte Galatea. Finalmente, podemos decir que esta fantástica historia representa el momento por el cual las expectativas depositadas previamente sobre “alguien”, terminan por cumplirse. Relación que ha sido bautizada bajo el nombre de Efecto Pigmalión, Teoría autocumplida o Efecto Rosenthal.
¿Qué es el efecto Pigmalión y cómo mejora el rendimiento escolar?
¿Qué es el efecto Pigmalión?
La manera en que exteriorizamos ciertas expectativas con respecto a alguien, unidas a distintos aprendizajes y contextos sociales, hará que quien reciba dichas predicciones, de manera directa o indirecta, pueda terminar por confirmarlas. Es importante tener claro, que las expectativas depositadas sobre esa persona podrán ser de carácter positivo o negativo, teniendo un efecto beneficioso o perjudicial, según las conjeturas que realicemos en torno a los conocimientos o habilidades que esperamos o creemos puedan ser alcanzadas por el educando. En palabras de Rosenthal (1968), se explica que el maestro actúa convirtiendo sus percepciones respecto a cada alumno en una didáctica individualizada que le lleva, constructiva o destructivamente, a confirmar esas percepciones. (García, 2015).
Sin lugar a duda, esta visión del aprendizaje recae sobre las habilidades cognitivas y físicas que se relacionan con el autoconcepto que el niño tiene sobro sí mismo, la autoimagen que él establece sobre dichas cualidades o fortalezas, y las opciones que le permitirán cumplir la profecía de los aprendizajes que se espera que alcance. Componentes esenciales en el desarrollo de la personalidad del estudiante, quien necesita afianzar y reforzar su autoestima, sobre todo, en los primeros años escolares.
De la teoría a la práctica: mejoras en el rendimiento escolar.
Por tanto, la relación que se produce entre el profesor/alumno tiene consecuencias extremadamente significativas, por la idea y esperanza que esta figura de autoridad simboliza para el aprendiz, influyendo ciertamente sobre el rendimiento del estudiante. Los profesores formulan expectativas acerca del comportamiento en clase de distintos alumnos, tratándolos de manera diferente según las ideas prefijadas.(Solís García & Borja González, 2017)
Indiscutiblemente, podemos afirmar que el uso o desuso de esta teoría psicológica, basada en las predicciones de aprendizaje sobre un individuo o grupo concreto, puede influir significativamente sobre el rendimiento escolar y sus resultados académicos. De este modo, se hace necesaria su implementación dentro del contexto escolar, a fin de evitar la desgana y el desánimo por el aprendizaje que se da, sobre todo, en alumnos de edades tempranas, principalmente Educación Primaria y primeros cursos de Secundaria. ¡Inténtalo! Te aseguro que mejorar el clima de aula y la motivación por aprender.
¿Acaso no sientes más predisposición para realizar tareas junto con aquellas personas que te muestran su cariño y empatía en el día a día?
¡Para los niños, esto no es diferente!
Inteligencia, coeficiente intelectual (CI) y verdadero potencial natural del aprendiz.
La inteligencia no es igual al coeficiente intelectual (CI).
Desde hace décadas, existe una tendencia lógica a pensar que el ser más capaz no es necesariamente el más inteligente. Convergen de manera simultánea una serie de factores emocionales, intelectuales y actitudinales que determinaran las probabilidades de “éxito social” de un aprendiz, desde su infancia a la edad adulta.
Concretamente será Goleman quien, con su Inteligencia Emocional, publicada a comienzos de los noventa, nos avise sobre la falta de veracidad y transparencia de las pruebas de inteligencia. Test que nos revelaría el tan temido dato del coeficiente intelectual (CI). Un parámetro académico que podía determinar el destino de un estudiante en base a un número, que en el mejor de los casos, parece aportar tan solo un 20% de los factores determinantes del éxito (Goleman, 1995).
Previamente, otros autores también apuntaban sobre el uso erróneo de esta fórmula para medir la inteligencia de un individuo, basándose únicamente en el CI que aporta una serie de pruebas de carácter lógico-analítico y lingüístico. En este caso, es Howard Gardner quien a comienzos de los años ochenta formulaba su Teoría de las Inteligencias Múltiples, una excelente visión que nos permite entender las inteligencias, como el conjunto de capacidades que nos permiten resolver distintos problemas de la vida y generar nuevas soluciones o productos valiosos dentro de una cultura (Gardner, 1995).
Un aliento de esperanza para los “estudiantes previsiblemente peor dotados intelectualmente” dentro de un sistema educativo, que parece no contemplar distintas capacidades, habilidades o ritmos de aprendizaje que no vayan más allá de aspectos lógico-analíticos y lingüísticos.
Potencial natural y aptitudes académicas vinculadas al efecto Pigmalión.
Como venimos diciendo, la capacidad que posee el lenguaje que utilizamos en nuestro día a día, así como el entorno social, va a influir significativamente sobre el rendimiento y los logros que pueda alcanzar un aprendiz.
Por ello, la visión que propone (Robinson, 2009) en torno a su obra es tremendamente interesante, ya que no sabemos lo que podemos llegar a ser hasta que no sepamos lo que somos capaces de hacer. Es decir, una visión que se complementa con el concepto descrito por (García, 2015):
“Cada ser humano cuenta con un potencial natural, integrado por habilidades y destrezas. Cuando este potencial natural es descubierto a tiempo, los individuos tienen grandes posibilidades de convertirse en personas exitosas, sin ser necesariamente estudiantes que alcancen las máximas puntuaciones en el ámbito académico.”
(Garcia,2015).
Docentes y padres tienen una dificilísima labor investigadora que repercutirá sobre el futuro del niño. Esta es la de descubrir su “chispa”, su esencia. Un poder natural que existe en cada individuo. Inteligencias que esperan ser descubiertas y potenciadas, no enterradas y arrinconadas. Encontrar “la chispa” a tiempo aumentará las oportunidades de crecimiento personal y académico hasta límites previsiblemente insospechados. ¿Alguna vez habías imaginado esto así?
Por ello, evitemos pronunciar el tan temido: ¡Tú no sirves para nada! Aunque sea dicho con otras palabras, gestos o miradas, el resultado siempre es el mismo: una herida emocional que hará mella en el autoconcepto, la autoimagen y la autoestimada del que aprende.
Características de los malos y buenos docentes o pigmaliones positivos.
Malos docentes o pigmaliones negativos.
Para este grupo de malos docentes que no hace uso de esta teoría psicológica, ampliamente estudiada y corroborada por múltiples investigaciones, probablemente tenga problemas en su relación diaria maestro/alumno. Los resultados serán siempre los mismos, comportamientos y actitudes disruptivas que hacen incluir a estos estudiantes dentro del famoso conjunto escolar de los “malos alumnos” o, “alumnos que ya no quieren estudiar.”
Visión indiscriminada del educando que se aplica tanto a incipientes escolares (1º a 6º de Primaria), como en alumnos más avanzados (Secundaria y Bachillerato). Invariablemente, las consecuencias son similares:
- Desmotivación por el estudio.
- Negatividad y desánimo por las tareas escolares.
- Baja autoestima.
- Un bajo autoconcepto de sí mismo.
- Problemas familiares y apatía dentro del aula.
- Falta de una autoimagen positiva que lo haga creer en sus capacidades individuales.
Estos pigmaliones negativos, además de contribuir a lo dicho anteriormente, harán uso de esta teoría justo al contrario de como tendría que ser usada. Aplican gestos, miradas y palabras que contribuyen a crear un clima de desconfianza y temor dentro de sus clases. Algunas frases que podremos oír en sus aulas serán:
- ¡Cállate! No es el momento.
- ¡Esto está mal! Así no aprobarás.
- Ya sabía yo que tú no ibas a traer los deberes. Pues nada…
- ¡No te esfuerzas! Tendrás que quedarte conmigo en el recreo.
- ¡Negativo al canto!
- Dame tu agenda, ¡qué se enteren en casa! ¡No haces nada! ¿Pretendes pasar de curso?
- O estudias o repetirás.
En definitiva, un largo etcétera de malas acciones docentes establecidas bajo el sentimiento del miedo, que se usan para escudarse e intentar reforzar los aprendizajes, sin embargo, el efecto siempre será el contrario a lo deseado: desapego, desinterés y desconfianza del niño hacia esa persona que supuestamente tendría que escucharle, comprenderle, ayudarle y motivarle a seguir potenciando “la chispa” de la que hablamos anteriormente. De ahí que se entre en un bucle del que difícilmente se puede salir.
Buenos docentes o pigmaliones positivos
Ahora bien, si anteriormente hablábamos de los pigmaliones negativos, ahora será el momento de hablar de los pigmaliones positivos. Docentes que refuerzan el autoconcepto, la autoimagen y la autoestima del estudiante mediante mecanismos discursivos y gestuales que contribuyen a crear un clima de confianza.
El miedo deja de formar parte de estas aulas llenas de interacción social. Dinámicas pedagógicas apoyadas en metodología cooperativas y constructivas, hacen del aula un espacio de crecimiento personal, en donde cada individuo puede afrontar el conocimiento a distintos ritmos. El grupo de aula colabora para conseguir un aprendizaje unitario de todos sus miembros, creyendo y confiando en las capacidades de cada estudiante, sin importar los prejuicios o estereotipos previos que puedan haber condicionado su devenir educativo. Como escribió Plutarco hace ya varios siglos, es hora de entender que la mente de un niño no es una lámpara que llenar, sino una luz que encender.
Características de los pigmaliones positivos
Para ser un buen pigmalion positivo, debes crear expectativas positivas. Algunas de estas son, según (Solís García & Borja González, 2017):
- Focalizar y construir sobre las fuerzas de los estudiantes, no sobre sus debilidades.
- Expresar expectativas positivas sobre las habilidades del alumno.
- Escuchar y prestar mucha atención al alumno.
- El énfasis en el valor del estudiante.
- El formador debe tener creencia en sus propias capacidades y capacidad para tener un impacto positivo en el desempeño del estudiante.
- Establecer y aceptar, animando el estado de ánimo de los estudiantes, incluyendo la calidez, la atención, sonriendo, asintiendo.
- Dar a los estudiantes más pistas verbales sobre su desempeño, más reacción, más elogios y críticas constructivas positivas.
- Animar a los estudiantes a hacer preguntas.
- Hacer que los alumnos respondan a las instrucciones. Involucrar a los alumnos y utilizar sus aportaciones cuando sea posible.
- Predicar con el ejemplo.
- Reforzar a los alumnos de manera positiva.
- Permitir al estudiante tiempo para realizar una tarea correctamente.
- Dar al alumno el beneficio de la duda.
- Ser generoso, con elogios sinceros.
Por consiguiente, todos aquellos profesores que apliquen el efecto Pigmalión en sus clases conseguirán una mejor aceptación del alumnado. El estudiante comenzará a tener fe en sí mismo y la confianza maestro/alumno mejorará el clima de aula. Resultados todos ellos positivos al aplicar una simple máxima basada en esta teoría psicológica: la de creer, animar y desarrollar las capacidades de cada niño mediante mensajes positivos que desarrollen su potencial natural.
Referencias.
- García, V. J. (2015). El efecto Pigmalión y su efecto transformador a través de las expectativas. Textos y Contextos., 57(1), 40–43.
- Gardner, H. (1995). Inteligencias Múltiples: La teoría en la práctica. Paidós Educación.
- Goleman, D. (1995). Inteligencia Emocional. Kairos.
- Robinson, K. (2009). El elemento. Debolsillo.
- Rosenthal, R., & Jacobson, L. (1968). Pygmalion in the classroom. The urban review, 3(1), 16-20.
- Solís García, P., & Borja González, V. (2017). El efecto Pigmalión en la práctica docente. Publicaciones Didácticas, 23(240), 193–195.
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