Los centros educativos son escenarios de aprendizaje altamente influenciados por los docentes que imparten clase dentro de estas instituciones. Lugares, en los que cabría esperar coordinación y compañerismo. Trabajo compartido y esfuerzo bajo un único fin, «el fomento por el aprendizaje, más allá de la recompensa numérica, que hace pensar a los estudiantes que aprobar, es sinónimo de aprender».
La pesada carga de trabajo que conlleva «educar», en el sentido más académico posible, pretende la transmisión de conocimientos a estudiantes para los cuales se espera, que dichos contenidos sean atractivos y despierten emociones que consigan fijar dichos aprendizajes en su memoria. Sin embargo, las distintas capacidades y ritmos por aprender de cada niño son insalvables en un sistema educativo que espera igualar «hitos de aprendizaje» según la temporalización de unidades didácticas, junto con sus contenidos, que deben ser trabajados, sin importar si han sido los suficientemente significativos para crear nuevas conexiones neuronales perdurables en el tiempo, y más importante aún, funcionales en el día a día del aprendiz.
En este escenario tan competitivo, parece surgir un «Darwinismo intelectual» que aboga por seleccionar aquellos más capaces, más competitivos y con mejores «competencias académicas», que les permitan desarrollar un buen trabajo en el futuro y bien retribuido. Así es, la Educación Primaria se posiciona como el primer escalón del que será un largo recorrido educativo, en el mejor de los casos, de estudiantes que tendrán que afrontar diferentes metodologías de enseñanza, más o menos activas, más o menos motivacionales, y siempre, procurando no perder la atención ni la motivación por aprender, acto último, «aprender» que tendría que ser el propósito, no el fin.
La reflexión surge de la duda de pensar, si tanta competitividad social no tendría que estar excluida de la educación, al menos hasta los 12 años que finalice la Educación Primaria. Momento en el que se inicia una nueva etapa de cambio y transición hacia un cerebro más racional, analítico y maduro. Más preparado para confrontar la inteligencia mediante números poco realistas de su condición, pero sí deterministas para el futuro del discente. Los niños y las niñas a lo largo de la Educación Primaria tendrían que encontrar el placer por aprender, construyendo junto a sus maestros y compañeros una férrea autoestima, basada en un autoconcepto de sí mimo que no pueda destruir los sueños de quien los imagina.