Las sociedades modernas albergan un nuevo ideal de felicidad, que lejos del estoicismo clásico aboga por un hedonismo ciego, donde el consumismo se convierte en la religión imperante, y sus seguidores son fieles adeptos a los bienes consumidos. Una felicidad asociada al placer de consumir y ser poseído por el objeto deseado. ¿Realmente esa es la felicidad soñada?
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En busca de la felicidad.
Es difícil definir un concepto ampliamente interpretado a lo largo del tiempo. La felicidad entendida por nuestros pensadores clásicos tenía relación con el sentido de la vida, era el fin que todo habitante aspiraba a conseguir en su vida terrenal. Una meta que a diferencia de nuestros días presentes, no podía estar vinculada al placer o a la riqueza, ya que ambos eran elementos momentáneos y transitorios asociados a circunstancias, no relacionadas con las potencialidades del alma: la moral y la ética de ser seres justos, sabios, valientes, etc.
En nuestra sociedad actual, tal búsqueda de la felicidad parece encontrar su destino en el aquí y ahora, en la capacidad para poder consumir y ser consumidos. Somos lo que tenemos y tenemos lo que deseamos, eso si, solo si somos capaces de pagar por lo que queremos consumir. Y es que, la satisfacción de los placeres sensoriales parece ser lo que más se asemeja a la auténtica felicidad […](Alcalá, R. y Ariza, M.)
Tal planteamiento, donde la felicidad se supone estar ligada a la cantidad de objetos acumulados, parece ser el ideal correcto a considerar dentro de nuestras sociedades capitalistas, sin embargo, la búsqueda de la felicidad tendría que ir más allá, considerando si:
- ¿Somos felices con lo que te tenemos?
- ¿Nuestra felicidad está más bien asociedad a lo que querríamos tener pero aún no poseemos?
Son dos simples cuestiones que pueden ayudarnos a entender, si la dicha de ser feliz, está unida con el consumo o, por contra, va más allá de un simple sentimiento material, pasajero y efímero suscrito a la frustración o euforia que representa poder obtener bienes materiales.
Sociedad de consumo
Es complicado imaginar en nuestras días una forma de vida distante de nuestro actual modelo de mercado, donde el consumo y el consumismo son el elemento primario de un sistema económico que se nutre del flujo de capital cíclico de comprar y vender. Somos seres de costumbres que hemos aceptado, o al menos así lo parece, dicho modelo de mercado como la única realidad posible. Un escenario que Bauman nos describe al hablarnos de la sociedad de consumidores, como la única en la historia humana que promete felicidad en la vida terrenal, felicidad aquí y ahora y en todos los ahoras siguientes, es decir, felicidad instantánea y perpetua.
Es un arquetipo de felicidad poco sostenible para un planeta con recursos limitados. Una forma de entender la vida condicionada por la capacidad de tener un buen trabajo, sin importar si este te te es gratificante o no, con una remuneración acorde al puesto laboral, que te permita elevar el concepto subjetivo de necesidad al status social que dicho trabajo te reporta, unido a la cantidad de bienes que se consumen.
Llegado a este punto, la narrativa de Le Guin en su novela Los Desposeidos, nos evoca un Universo utópico. Sociedades de consumo con distintos patrones de funcionamiento donde la felicidad dista de ser igual. Uno de los pasajes de su libro, nos ilustra de la siguiente manera la discrepancia de entender la vida desde distintas perspectivas:
«Ustedes los urrasti tienen suficiente para todos. Aire suficiente, lluvia suficiente, pastos, océanos, alimentos, música, edificios, fábricas, máquinas, libros, ropas, historia. Ustedes son ricos, nosotros pobres. Ustedes tienen nosotros no tenemos. Todo es hermoso aquí. Menos las caras. En Anarres nada es hermoso, nada excepto las caras. Las otras caras, los hombres y las mujeres. Nosotros no tenemos nada más. Aquí uno ve las joyas, allí uno ve los ojos. Y en los ojos ve el esplendor, el esplendor del espíritu humano. Porque nuestros hombres y mujeres son libres. Y ustedes los poseedores son poseídos. Viven todos en una cárcel. Eso veo en los ojos de ustedes… el muro, ¡el muro!»
Le Guin, U.
De lo dicho anteriormente, es interesante tomar las palabras de Moulian para establecer una distinción entre consumo y consumismo, pues una diferencia sustancial entre ambos, es que el consumo es propio del organismo humano mientras el consumismo es una adquisición exclusiva de una sociedad como atributo bruto plausible de ser direccionado y separado del individuo (principio de alienación).
Hedonismo material.
Parece justo pensar que la creciente tendencia de buscar, en la actualidad, el placer y bienestar en la realización material, es lo correcto y moral desde la perspectiva egoísta del ser que consume. Una postura que ayuda al individuo a obtener la satisfacción de sus deseos y el goce de sus sentidos mediante la adquisición de bienes de diferente valor monetario que, en muchos de los casos, están ligados al status social del yo puedo y tu no.
Este nuevo concepto de consciencia feliz, es posible gracias a una estructura económica capaz de proveer de productos rápidos y poco duraderos al consumidor ávido de ganas y poder para gastar y desechar. Lo que dicho de otro modo, en palabras de Bauman, la búsqueda de felicidad no yace en el adquirir o almacenar sino en el descartar y reemplazar.
Ya no importa el hecho de necesitar lo adquirido, pues este concepto de necesidad pierde su valor desde el momento que la adicción al consumo se vuelve una realidad, el placer y el deseo por consumir se vuelve una droga controlada por la cantidad de dinero que se puede desembolsar, eso si, podemos estar tranquilos de no parecer yonkies en una cultura del consumismo. Del consumo vertiginoso, que proporciona goce instantáneo pero compromete el futuro (Moulian), ya que es un planteamiento ampliamente estandarizado en nuestras días o, a caso, ¿el ascetismo material podría ser el ideal de vida?
Consumo e identidad.
Es lógico pensar que un individuo quiera disfrutar de los bienes que las grandes marcas nos proveen o, a caso ¿no existe una compleja logística de comunicación que inserta a modo de impronta mensajes difíciles de esquivar? Es una fácil pregunta que tiene una compleja respuesta. Pues de esta, tendría que salir la cuestión vinculada al grado de libertad de poder elegir aquello que realmente queremos, eso si, sin vernos inmersos en una manipulación mediática que pueda condicionar nuestros deseos, nuestros pensamiento y nuestros planteamiento en torno al ideal de vida actual.
Las grandes compañías comerciales, en unión a las empresas publicitarias, están consiguiendo articular una sofisticada red de interconexiones entre consumo, éxito e identeidad, a fin de conseguir un triste propósito que parece estar institucionalizandose dentro de las sociedades capitalistas, consumidores aquí ,ahora y para siempre. Buscan instalar el consumo como una necesidad interior. Cuando el consumo es el eje o el motivo central de un proyecto existencial, puede decirse que éste se instala como «sentido de vida». Eso constituye una hipertrofia del consumo, significa su transformación en un motivo esencial, cuya privación haría desmoronarse el proyecto vital (Moulian).
Siguiendo a Lipovetsky, se puede afirmar que vivimos en una sociedad Hipermoderna caracterizada por por la cultura del consumo que ofrece una gran cantidad de productos que promueven la individualización, pues el consumo de masas se ha transformado en un consumo personalizado, en el que las marcas se preocupan por ofrecer lo oportuno y particular a cada cliente, con productos a la carta, promoviendo la felicidad privada y el goce de los sentidos aquí y ahora. Somos lo que tenemos, y tenemos lo que podemos comprar para diferenciarnos del resto de nuestros iguales. No queremos de forma objetiva pertenecer a una masa social, donde mi originalidad sea inferior a la del resto, ¡al contrario!, lo que pretendemos es ser distintos y únicos siguiendo las mismas pautas que todos siguen, pero que parece, no queremos ver pues puede arruinar nuestro ideal de vida moderna.
Infraclase en la sociedad consumista.
Es interesante analizar el concepto que Bauman nos propone, infraclase, para aludir a todas aquellas personas faltas de recursos para entrar en el juego de la sociedad consumista. Una población con características similares, apartadas de la felicidad real que representa consumir y desechar. Es en este sentido que el “no consumo” refuerza y legitima el rol de “inferior” frente a la “clase” que consume. Si se parte de la idea de que consumir implica “pertenecer con un valor más alto” (Bauman).
Bastante a menudo se juzga el grado de felicidad alcanzado por la cantidad de éxito acumulado a nivel monetario o material, de lo que cabe esperar que la gente con menos recursos son infelices por su condición de pobres, sin embargo, esto no siempre es cierto, ¿…o sí?. Podríamos presumir que el dinero nos ayuda a ser más felices, ya que nos permite la libertad momentánea de ser libres ciertos días al año, o en el mejor de los caso, toda una vida para poder dedicarnos a realizar lo que más nos gusta, pero no hacemos, por la carga que supone ganar dinero para vivir. Una felicidad supeditada a la insatisfacción de monetizar y sacrificar tu proyecto vital de ser lo que quieras, para no autorealizarte y encontrar la verdadera identidad en el consumimo que nos hace creer que esa es el verdadero sentido de la vida.
Es importante recordar las palabra de Moulain para empatizar con los menos agraciados a la hora de entrar en este juego, pues esta estereotipado el hecho de creer que en esta sociedad moderna, la pobreza no es nuestra responsabilidad sino la de los pobres que no han sabido aprovechar las oportunidades[…] La modernidad nos permite consumir sin remordimiento y sin peligro, lo que es más importante.
La infelicidad del consumista
Podríamos terminar analizando si realmente todo lo que poseemos a nivel físico nos hace ser más felices, o por contra, los bienes representan la imposibilidad para alcanzar la que debiera ser la auténtica felicidad. Para Moulain, al convertirse el consumo en un aspecto decisivo de los proyectos vitales, se tiene que producir simultáneamente una transformación del concepto de trabajo. Tiene que producirse una generalizada mercantilización de éste. Debe desligarse del placer, de los aspectos vocacionales o de realización, para pasar a ser vivido como proveedor de dinero.
Es obvio pensar que el trabajo es vida, prosperidad y éxito para conseguir lo que uno desea. La cuestión, sin embargo, tendría que ir más allá y plantear una realidad distinta que nos ayude a entender de una vez por todas, que solo somos un breve lapso de tiempo en una gran linea temporal. Soló podemos disfrutar una vez de cada segundo y cada minuto de la época que nos ha tocado vivir, por ello, lo que tendría que hacer es considerar si lo que hacemos nos hace realmente felices.
El consumo se concibe en función de la mejora de la felicidad de los individuos, y en todos los ámbitos abundan los consejos para que seamos más felices, pero, al mismo tiempo que aumentan las posibilidades de consumo, crece la preocupación por la degradación de los ecosistemas, peligran las energías no renovables; y conforme aumenta el desarrollo tecnológico en el ámbito de las comunicaciones, más aislados y solos nos sentimos, a medida que damos más importancia al dinero, más se prolonga nuestra insatisfacción por no tener todo lo que deseamos, y por si esto fuera poco, las grandes compañías publicitarias, que han pasado de vender productos con significación cultural, a vender emociones, sentimientos y sensibilidades asociadas al bienestar propio, se encargan de generar el deseo constante de consumir, identificando este proceso con el alcance de la felicidad instantánea.
Alcalá, R. y Ariza, M.
Bibliografia
- REPENSAR EL HEDONISMO: DE LA FELICIDAD EN EPICURO A LA SOCIEDAD HIPERCONSUMISTA DE LIPOVETSKY RE-THINKING HEDONISM: AN APPROACH TO EPICURUS’ CONCEPTION OF HAPPINESS FROM THE POINT OF VIEW OF HYPER- CONSUMER SOCIETY. (2013). ÉNDOXA: Series Filosóficas, 31, 191–210.
-
Korstanje, M. (2008). Vida de consumo de Zygmunt Bauman, 20(4).
-
Moulian, T. (n.d.). El Consumo me Consume.
- Le Guin, U. K. (2014). Los desposeídos. Una utopía ambigua.
- Lipovetsky, G., Charles, S., & Moya, A. P. (2006). Los tiempos hipermodernos. Anagrama.
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